martes

Mi creador

¡Hola a todos!
Mi nombre es Charles Lutwidge Dodgson; nací El 27 de enero de 1832 en una localidad de Cheshire, condado célebre por sus quesos, justo cinco años antes de que naciera nuestra reina Victoria. Me crié en un ambiente religioso, pues mi padre era pastor protestante, y yo mismo tomé las órdenes menores; pero carecía de vocación sacerdotal y además, por mi ridícula tartamudez, no era capaz de actuar como predicador. Pasé casi toda mi vida de adulto en el Christ Church College de Oxford, donde llegué a ser profesor de matemáticas.
Los que me conocen dicen que soy un hombre de vida ordenada, casta y apacible; remilgado,  altivo, impoluto, profundamente aburrido en clase y en las reuniones sociales, y autor de varios libros de matemáticas.
En mi quinto año en Oxford, llegó  un nuevo decano, acompañado por su bella esposa de rasgos españoles, y sus tres hijas: Lorina, Edith y Alice Liddel. Su llegada, trajo aires frescos a este ambiente serio de hombres solos. Siempre que podía, me acercaba a las niñas, les contaba historias… Mis compañeros creyeron que intentaba cortejar a la institutriz…
Una tarde, el 4 de julio de 1862, acompañado de mi amigo el reverendo Robinson, llevamos a las niñas de excursión;  fuimos en barca río arriba, y merendamos junto al río. Para entretener a las niñas, les contaba cuentos, como había hecho otras veces; sólo que en aquella ocasión, Alicia exclamó: “Oh, señor Dodgson, me encantaría que escribisiese las aventuras de Alicia para mí”.  Y así lo hice al llegar a casa.
En ese momento, y sin saberlo, comenzaba a convertirme en Lewis Carroll.
En compañía de niños pierdo mi timidez, desaparece mi tartamudeo, me hago locuaz e imaginativo. Es como si volviese a mi infancia, como si recuperase ese tiempo perdido. Me encanta inventar cajas sorpresas, aparatos inútiles, juegos de Palabras incluso en idiomas que no conozco. Me han calificado de domesticador de serpientes, prestidigitador… y han hablado mucho de mi desmedido amor por las niñas, y de la relación afectiva y sentimental que tenía con mi favorita, Alicia Liddell.
Aquella tarde en el río, Alicia tenía 10 años; era una preciosa niña, pero muy pronto (demasiado pronto), dejaría de sr niña. El cuento que le conté trataba precisamente de esto: del justo momento en que se deja der ser niño y empieza a penetrar el en misterioso y absurdo mundo de los adultos.
 Hasta pronto,
                       Lewis Carroll
                                    

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